De las Obras Efímeras a las Obras Inmateriales o Invisibles
Por: Carlos Enrique Castillo G.
ccastillo@romeropineda.com
Si bien el tema de la clasificación de las obras al amparo del Derecho de Autor es un asunto complicado, ya que, de acuerdo con diversos criterios las mismas se pueden catalogar de distintas maneras, así con respecto al autor, éstas pueden ser obras de autor conocido, anónimas y seudónimas. En base al número de autores que intervienen en su creación, las obras pueden ser individuales, y a partir de la intervención de más de un autor, las obras se denominan complejas, y éstas a su vez pueden ser: obras complejas en colaboración, cuando dos o más autores realizan una misma obra que es objetivamente indivisible, por lo que no es posible distinguir la parte con que cada uno ha contribuido; obras compuestas, donde intervienen diferentes autores creando una obra que es el resultado de la unión de varias partes identificables. Y las obras colectivas, que consisten en una simple combinación organizada de obras independientes.
Las obras de compilación, independiente de la intervención de uno o más autores, es la integrada por una colección de obras, siempre que dicha colección, por su selección o la disposición de su contenido o materias, constituyan una creación intelectual. La particularidad de estas últimas requiere para su edición y publicación, de la autorización expresa de todos los autores de las diversas obras que la componen.
Así entonces, atendiendo a un criterio de duración en el tiempo (temporalidad) de la materialización de la obra, llegamos a las obras efímeras, las que obviamente, tienen una duración temporal, que se crean como expresión personal del talento de uno o varios autores, que desarrolla (la obra) un pensamiento o idea, que se manifiesta o materializa bajo una forma perceptible por los sentidos, bajo parámetros de originalidad, creatividad y buena fe. Su particularidad es precisamente, la temporalidad de su materialización, es decir que, pasado un lapso, esta materialización se desvanece, desaparece, pero que ha dejado una constancia real de su existencia, por lo general, fotografías o un video documentan el proceso creativo hasta la conclusión de la obra.
Lo anterior ha sido la generalidad en cuanto a la clasificación de las obras, hasta que ha surgido (recientemente), el denominado arte inmaterial o invisible. Cuestionable sin duda alguna, pues no encuentra cómo llenar los parámetros que definen a una obra, primordialmente, por la falta de materialización perceptible, pues no puede verse ni tocarse, mucho menos es perceptible por ningún otro sentido humano, sino fuera por el sentido del humor, al menos, las obras invisibles.
No obstante lo anterior, el arte inmaterial se puede manifestar de diversas maneras, por ejemplo con el juego de luces y sombras, como resultado de la disposición inteligente de cuerpos o materiales que reflejan la luz o permiten su paso, que si bien, podrían ser esculturas abstractas materiales, por esta disposición, ubicación o colocación que reflejan la luz de una manera singular o bien única, esto sí podría considerarse una obra inmaterial, pareciera el arte de pintar con luz y sombras, pero el extremo de la inmaterialidad, la inexistencia, cruza cualquier umbral racional para lograr su definición.
Las obras invisibles, parten del supuesto de una existencia imaginaria que el autor hace respecto del objeto de su obra, que transmite a un público que aplaude la nada. El espectador no logra percibir por ningún sentido la llamada obra, pero comparte únicamente la idea de su existencia imaginaria.
Ya antes (principios de los años 60´s) se tuvo que lidiar con el arte conceptual, pero al menos, éste partía de un objeto físico, material cuya contemplación “reflexiva” se basaba en el hecho que el concepto tiene prioridad sobre el objeto, propiciando los procesos de reflexión intelectual por encima de la estimulación de experiencias sensoriales. El público espectador participa interpretando el “concepto” expuesto o propuesto por el autor.
Volviendo al arte invisible, en los recientes años, ha sido objeto de una aireada polémica, sobre todo debido a la venta de una supuesta escultura inmaterial, invisible, inexistente, por la cantidad de €15.000 (euros) en una subasta, marcada por el hecho que el artista logró encontrar a un comprador que apreció la nada como arte, compartiendo con aquél, solamente la idea que el vacío es un espacio lleno de energía.
Este simpático e insólito hecho solo me hizo recordar, uno de los cuentos de infancia favoritos de mis hijos, “el traje nuevo del emperador” de Hans Christian Andersen, cuya moraleja exige escuchar la razón, la sensatez, aunque nadie se atreva a decir la verdad.
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